
CAPÍTULO 1
El líder emocionalmente enfermo
Parte 1
La vida interior
CAPÍTULO 2
Enfréntate a tu sombra
CAPÍTULO 3
Sé líder basado en tu matrimonio o en tu soltería
CAPÍTULO 4
Aminora tu ritmo de vida para que tengas una unión llena de
amor
CAPÍTULO 5
Practica el deleitarte en el Sabbat
Parte 2
La vida exterior
CAPÍTULO 6
La planificación y la toma de decisiones
CAPÍTULO 7
Cultura y formación de equipos
CAPÍTULO 8
El poder y los límites prudentes
CAPÍTULO 9
Los finales y los nuevos comienzos
Epílogo
La puesta en práctica de la EES en tu iglesia o ministerio
Apéndice 1
Características de las iglesias transformadas por una EES
Apéndice 2
Hoja de trabajo para la regla de vida
Apéndice 3
Haz el genograma de tu familia
CAPITULO 1
¿Qué es lo primero que te viene a la mente cuando piensas en un líder emocionalmente enfermo? Tal vez sería mejor preguntarlo de esta manera: ¿quién es el primero que te viene a la mente? ¿Es un jefe, un miembro del personal, un compañero de trabajo? ¿O quizás tú mismo? ¿Cómo describirías a esa persona? ¿Es alguien que se encuentra crónicamente malhumorado, que es controlador, agresivo? ¿O tal vez sea alguien que evade a los demás, que es inauténtico, pasivo? Aunque el liderazgo emocionalmente enfermo se expresa de todas estas formas y de muchas más, es posible que la definición fundamental de un líder emocionalmente enfermo sea más sencilla y polifacética que lo que podrías esperar: Un líder emocionalmente enfermo es alguien que opera bajo un estado continuo de déficit emocional y espiritual, y al que le faltan la madurez emocional y el «estar con Dios» lo suficiente como para sostener su «hacer para Dios».
Cuando hablamos de líderes cristianos emocionalmente enfermos, nos estamos refiriendo a los déficits emocionales y espirituales que causan un impacto en todos los aspectos de sus vidas. Esos déficits emocionales se manifiestan mayormente a través de una falta generalizada de sensibilidad. Por ejemplo, los líderes enfermos no están conscientes de sus propios sentimientos, de sus debilidades ni de sus limitaciones, de las formas en que su pasado causa un impacto en su presente, ni de cómo los demás los perciben. También les falta capacidad y habilidad para entrar de una manera profunda en los sentimientos y los puntos de vista de los demás. Cargan consigo esas inmadureces y las introducen en sus equipos y en todas las cosas que hacen.
Es típico de los déficits emocionales que se revelen en exceso de actividad. Los líderes enfermos se entregan a más actividades de las que sus reservas espirituales, físicas y emocionales combinadas son capaces de sostener. Dan para Dios más de lo que reciben de él. Sirven a los demás con el fin de compartir el gozo de Cristo, pero ese gozo es escurridizo para ellos mismos. Las exigencias y las presiones del liderazgo hacen casi imposible que establezcan un ritmo de vida coherente y sostenible. En sus momentos de mayor sinceridad, admiten que su copa con Dios está vacía, o en el mejor de los casos, medio llena, difícilmente desbordante con el gozo y el amor divino que proclaman delante de los demás.
Como consecuencia, los líderes emocionalmente enfermos actúan de manera superficial cuando levantan su ministerio. En lugar de seguir el ejemplo de Pablo y construir con materiales perdurables como el oro, la plata y las piedras preciosas (1 Corintios 3.10–15), se conforman con algo como madera, heno, hojarasca y lodo. Edifican con materiales de poca calidad que no van a resistir la prueba de una generación y mucho menos el fuego del juicio final. En medio de todo eso, oscurecen la belleza del Cristo que dicen querer que vea el mundo entero. Ningún líder bien intencionado se lanzaría a guiar a alguien de esta forma, pero eso sucede todo el tiempo.
Consideremos unos ejemplos tomados de la vida diaria de unos líderes que podrías reconocer.
Sara es una pastora de jóvenes sobrecargada de trabajo que necesita ayuda, pero siempre encuentra una razón para evitar la formación de un equipo de voluntarios adultos que podrían acudir a ayudarla y desarrollar el ministerio. No lo hace porque le falten dotes de liderazgo, sino porque es una persona que vive a la defensiva y se ofende con facilidad cuando otros no están de acuerdo con ella. Mientras tanto, el grupo de jóvenes se estanca y comienza a decaer lentamente.
Joseph es un dinámico líder de adoración que, sin embargo, continúa perdiendo voluntarios clave a causa de su impuntualidad y su espontaneidad. No ve por qué su «estilo» aleja de él a las personas que tienen un temperamento distinto. Puesto que piensa que todo lo que sucede es que él es «auténtico» y fiel a su manera de ser, no está dispuesto a hacer cambios, ni a adaptarse a otros estilos y temperamentos. La calidad de la música y su eficacia para dirigir a la gente a la presencia de Jesús en los cultos de fin de semana van disminuyendo a medida que se van marchando del equipo de adoración unos voluntarios que tienen dotes para la música y para la programación.
Jake es director de los voluntarios de un ministerio de grupos pequeños en su iglesia. Bajo su liderazgo, el ministerio ha comenzado a florecer: ¡se han formado cuatro grupos nuevos en los tres últimos meses! Veinticinco personas que antes no tenían conexión ninguna entre ellas, se reúnen ahora cada dos semanas para departir y crecer juntos en Cristo. Sin embargo, por debajo de todo ese entusiasmo se comienzan a dejar ver algunas grietas. El líder del grupo que está creciendo con mayor rapidez es nuevo en la iglesia y parece estar llevando al grupo en una dirección diferente a la de la iglesia en general. Jake está preocupado, pero evita hablar con él, por miedo a que su conversación no vaya bien. El líder de otro grupo pequeño ha mencionado de pasada que las cosas no están marchando bien en su hogar. Y en otro grupo más, un miembro problemático está hablando mucho más de lo debido y el grupo está perdiendo gente con rapidez. El líder del grupo le ha pedido ayuda a Jake, pero él está tratando de no involucrarse. Aunque es grandemente estimado por la mayoría, Jake es reacio a los conflictos. En secreto, mantiene la esperanza de que los problemas se resuelvan por sí mismos de alguna manera, sin que él tenga que involucrarse. Durante los seis meses siguientes, tres de los cuatro grupos nuevos desaparecen.
La lista de ejemplos podría seguir, pero creo que has comprendido lo que te quiero decir. Cuando nos dedicamos a alcanzar al mundo para Cristo, al mismo tiempo que no hacemos caso de nuestra propia salud emocional y espiritual, en el mejor de los casos, nuestro liderazgo es miope. En el peor, somos negligentes, estamos hiriendo sin necesidad a otras personas y socavando el deseo de Dios de extender su reino por medio de nosotros. El liderazgo es duro. Se sufre en él. Sin embargo, hay una gran diferencia entre sufrir por el evangelio, tal como lo describe Pablo (2 Timoteo 2.8) y un sufrimiento innecesario que es consecuencia de nuestra falta de disposición para enfrentarnos con franqueza a las tareas difíciles y desafiantes que comprende el liderazgo.
Cuatro características del líder emocionalmente enfermo
Las carencias de los líderes emocionalmente enfermos causan un impacto virtual en todos los aspectos de su vida y de su líder. No obstante, el daño que hacen es especialmente evidente en cuatro características: una baja conciencia de sí mismo, una prioridad del ministerio sobre el matrimonio o la soltería, un hacer demasiado para Dios y una falta de práctica del ritmo del Sabbat.
Tienen una baja conciencia de sí mismos. Los líderes emocionalmente enfermos tienden a no estar conscientes de lo que está sucediendo en su interior. E incluso, cuando reconocen una emoción fuerte, como podría ser la ira, no saben procesarla ni expresarla de una manera sincera y adecuada. No hacen caso a los mensajes relativos a las emociones que les puede estar enviando el cuerpo, como la fatiga, las enfermedades producidas por el estrés, el aumento de peso, las úlceras, los dolores de cabeza o las depresiones. Evitan ponerse a reflexionar sobre sus temores, su tristeza o su ira. No piensan en lo que Dios les podría estar tratando de comunicar por medio de esas emociones «difíciles». Les cuesta trabajo expresar correctamente las razones de esos detonadores emocionales, por lo que sus reacciones extremas del presente tienen sus raíces en unas experiencias difíciles de su pasado.
Aunque estos líderes tal vez se hayan beneficiado con el uso de test personales y de liderazgo, tales como el Indicador de Tipo de Myers-Briggs, el perfil de fortalezas (StrengthsFinder) o el perfil DISC de comportamiento, siguen estando inconscientes de las formas en que su familia de origen ha impactado a la persona que son hoy. Esta falta de conciencia emocional también se extiende a sus relaciones personales y profesionales en una incapacidad para leer el mundo emocional de los demás y hacerse eco de él. De hecho, es frecuente que estén ciegos al impacto emocional que causan en otros, sobre todo en su papel dentro del liderazgo. . . Tal vez reconozcas esta dinámica en la historia de Sam.
Sam, que tiene cuarenta y siete años, es el pastor principal de una iglesia cuya asistencia se ha quedado estancada. Es martes por la mañana y se encuentra sentado en su lugar habitual a la cabeza de la mesa para la reunión semanal del personal. También alrededor de la mesa se encuentran la asistente de Sam en el ministerio, el pastor auxiliar, el director de los jóvenes, el director de los niños, el líder de la adoración y el administrador de la iglesia. Después de comenzar con una oración, Sam pone al día al equipo en cuanto a las cifras de asistencia y las finanzas durante los últimos nueve meses. Ese tema ha figurado antes en la agenda, pero esta vez hay cierta brusquedad en el comportamiento de Sam que le da a saber a todos los que están en la sala que no está contento.
«¿Cómo vamos a poder comprar un edificio nuevo para alcanzar más gente para Cristo, si en estos mismos momentos no estamos creciendo?», pregunta. De repente, todo el mundo se queda en silencio, mientras una atmósfera dolorosamente tensa llena la sala. «Solo hemos añadido veinticinco personas desde enero. No son suficientes ni con mucho para llegar a nuestra meta de setenta y cinco para fin de año».
La frustración y la ansiedad de Sam son palpables. Su asistente trata de disminuir la tensión, mencionando cómo el mal tiempo del invierno pasado casi cerró la iglesia dos domingos. Seguramente eso habría tenido su impacto en los números. Pero Sam rechaza con rapidez el comentario de ella, haciendo notar que los problemas son mucho más profundos que eso. Aunque no lo ha querido decir con todas las palabras, está claro que le echa al personal de la iglesia la culpa por aquella insuficiencia.
Sam se siente justificado al forzar las preguntas difíciles y enfrentarse con los datos desagradables. Solo estoy tratando de ayudar a que seamos buenos mayordomos de los recursos de Dios, se dice a sí mismo. Se nos paga con los diezmos de la gente. Todos necesitamos trabajar duro y con inteligencia para ganarnos nuestros sueldos. ¡Vaya, tenemos a nuestro alrededor voluntarios que donarían entre diez y quince horas por semana sin recibir paga alguna! Pero hasta él mismo se siente un poco sorprendido por lo enojado que se siente y lo duro que es el tono de su voz.
Con todo, no se le ha ocurrido que su frustración tan elevada podría tener algo que ver con un mensaje electrónico que había recibido el día anterior. Alguien de fuera de la ciudad le había enviado el enlace para leer un artículo en las noticias sobre el rápido crecimiento de una iglesia nueva que se hallaba a unos quince kilómetros de allí, y le preguntaba si él conocía al nuevo pastor.
Inmediatamente, el estómago se le hizo un nudo y los hombros se le pusieron tensos cuando leyó aquello. Él sabía que no se debía poner a comparar y a entrar en competencias cuando se trataba del ministerio, pero no pudo menos que sentirse resentido ante el nuevo pastor y el éxito que estaba teniendo. Aunque no es capaz de admitírselo ni siquiera a sí mismo, también se sentía inseguro; temeroso de que algunas de las familias más jóvenes se marcharan para entrar a formar parte de una iglesia donde todo fuera más emocionante.
Después de darles a todos los que estaban alrededor de la mesa una semana para encontrar tres formas de mejorar sus programas y su rendimiento, Sam pasa por alto el resto de la agenda, y termina abruptamente la reunión. No tiene ni idea de la forma en que su falta de conocimiento de sí mismo está causando un impacto en él, en su personal y en la iglesia.
Le dan prioridad al ministerio sobre el matrimonio o la soltería
Tanto si son casados como si son solteros, la mayoría de los líderes emocionalmente enfermos apoyan la importancia de una sana intimidad en sus relaciones y su estilo de vida pero pocos, si es que hay alguno, tienen una visión de su matrimonio o soltería como el don más grande que ofrecen. Al contrario, consideran su matrimonio o su soltería como un fundamento esencial y estable para algo más importante: edificar un ministerio eficaz, que es su mayor prioridad. Como consecuencia de eso, invierten lo mejor de su tiempo y de su energía en estar mejor preparados como líderes, e invierten muy poco en el cultivo de un matrimonio excelente, o una vida de soltería que revele el amor de Jesús al mundo.
Los líderes emocionalmente enfermos tienden a compartimentar su vida de casados o de solteros, separándola tanto de su liderazgo como de su relación con Cristo. Por ejemplo, es posible que tomen decisiones significativas para su liderazgo sin pensar detenidamente en el impacto a largo plazo que esas decisiones podían tener sobre la calidad y la integridad de su vida de solteros o de casados. Dedican sus mejores energías, pensamientos y esfuerzos creativos a la función de guiar a otros, y no invierten en enriquecer a plenitud su matrimonio o su soltería. Pensemos en la historia de Luis.
Luis tiene veintisiete años y es pastor de jóvenes; forma parte del personal de una iglesia pequeña, pero en rápido crecimiento. En los tres últimos años, la asistencia ha crecido desde 150 hasta 250 personas. Un jueves por la noche ya son más de las diez y Luis está todavía trabajando… otra vez. El estudio bíblico de mediados de semana que les enseña a los estudiantes terminó hace casi una hora, pero él sigue en su escritorio enviando mensajes electrónicos y poniéndose al día. Además de su trabajo normal, se ha cargado con la responsabilidad de lanzar una serie de iniciativas nuevas de alcance a la comunidad como seguimiento a su asistencia del domingo de Pascua, que estableció un nuevo récord. Cuando Luis comenzó a trabajar en la iglesia hace tres años, pensaba que ese intenso ritmo de trabajo terminaría por tranquilizarse, pero no ha sido así. Si acaso, todo lo que ha hecho es volverse más rápido.
A Luis le encanta su trabajo, y no le molesta cargarse con los proyectos extraordinarios, pero su horario está comenzando a convertirse en un problema para su hogar. A lo largo de los cuatro años que llevan de casados, su esposa Sofía ha sido siempre la que más ánimo le ha dado, apoyándolo en el uso de sus dones y animándolo a seguir el llamado de Dios al ministerio. Sin embargo, últimamente lo ha estado apoyando menos. Hasta ha llegado a admitir que algunas veces se siente celosa con su trabajo, por lo que se pregunta si acaso amará a la iglesia más que a ella. Él piensa que tal vez sea solamente que se siente cansada. Su primer bebé va a nacer dentro de seis meses y el embarazo ha sido difícil.
Luis se pregunta: ¿Cómo le voy a dar a la iglesia algo que no sea lo mejor de mí, cuando lo que está en juego son las vidas y la eternidad de las personas? Ella tiene que entender esto. Cuando por fin cierra su computadora portátil y apaga las luces, susurra una oración: Dios mío, te ruego que avives a Sofía con una nueva visión sobre lo que tú estás haciendo en la iglesia. No se da cuenta de que está hiriendo a su esposa y que su oración por ella no va a cambiar la situación.
Hacen más actividades para Dios que las que puede sostener su relación con él
Los líderes emocionalmente enfermos se desbordan de manera crónica debido a sus responsabilidades. Aunque siempre tienen demasiadas cosas que hacer en un tiempo muy corto, persisten en decir inmediatamente que sí a las nuevas oportunidades, antes de discernir en oración y con todo cuidado cuál es la voluntad de Dios. La idea de una espiritualidad más lenta, o un liderazgo más sosegado, en los cuales lo que hacen por Cristo fluye de su estar con Cristo, es un concepto ajeno a ellos.
Si es que alguna vez piensan en eso, pasar un tiempo en soledad y silencio son cosas que consideran como un lujo o algo que se ajusta mejor a una clase diferente de líder; no forman parte de sus prácticas espirituales básicas o esenciales para un liderazgo efectivo. Su principal prioridad consiste en guiar a su organización, su equipo o su ministerio, como medio de producir un impacto para Cristo en el mundo. Si les fuéramos a pedir que nos dijeran cuáles son las tres primeras prioridades de su lista en cuanto a la forma en que emplean su tiempo como líderes, es improbable que en esa lista se encuentre el cultivo de una relación profunda y transformadora con Jesús. Como consecuencia, la fragmentación y el agotamiento constituyen la condición «normal» en su vida y su liderazgo. Es posible que te reconozcas a ti mismo o a algún conocido en la historia de Carly.
Carly tiene treinta y cuatro años, y es la líder de adoración de una iglesia con ochocientas personas. Llegó hasta esa posición comenzando como música voluntaria hace diez años, cuando asistían a la iglesia menos de cien personas. Además de dirigir un equipo voluntario de adoración y planificar los cultos de los fines de semana, Carly supervisa al equipo de programación. Es un trabajo gigantesco en el cual participan docenas de voluntarios, así como cuatro miembros pagados del personal, pero ella se las arregla para que parezca un trabajo fácil. De hecho, es tan buena en lo que hace que cada año, Barry, el pastor auxiliar que la supervisa, la reta a cargar con más responsabilidades.
Sin embargo, últimamente Carly no ha estado cumpliendo bien con sus obligaciones. Se ha presentado tarde a las reuniones, no ha cumplido con un par de fechas límite de poca importancia, y ha descuidado responder unas llamadas telefónicas importantes. Aun con esos fallos recientes, ella confía que las cosas deben andar bien, porque su trabajo en la iglesia está floreciente. Sin embargo, en sus momentos de mayor sinceridad, tiene sus dudas. ¿Cómo es posible que las cosas marchen tan bien en el exterior, cuando por dentro, siento que me estoy muriendo?
Entre las reuniones de las mañanas, las crisis más o menos regulares de la gente de su equipo y las cosas que tiene que hacer en su casa, no tiene mucho tiempo para ella misma, ni le queda demasiada energía para pasar tiempo con Dios en oración o en las Escrituras. Cada semana es toda una batalla el simple hecho de ir a la tienda de víveres, cocinar algunas comidas semisaludables, hacer ejercicios y lavar varias cargas de ropa en la lavadora. La multa por exceso de velocidad que le dieron la semana pasada es un reflejo exacto de su vida: está andando con excesiva rapidez. «Me siento como si estuviera muy enredada levantando la iglesia y creando ambientes para que otras personas se encuentren con Dios», le dijo hace poco a Barry, «que me pregunto si no habré perdido a Cristo en algún lugar del camino. Necesito algo que me haga sentir conectada de nuevo con Dios».
Barry fue receptivo y la comprendió. Le sugirió unos cuantos libros que le habían sido útiles a él y se ofreció a pagar para que ella asistiera a una conferencia de entrenamiento para líderes que se iba a celebrar muy pronto. Sin embargo, no hay libro ni conferencia de ninguna clase que resuelva los problemas subyacentes a la vida de Carly, ni que le dé lo que ella realmente necesita: tiempo para vivir más lento con Dios, con los demás y, lo más importante de todo, consigo misma.
Carecen de ritmo entre su trabajo y el Sabbat
Los líderes emocionalmente enfermos no practican el Sabbat, un período semanal de veinticuatro horas en el cual dejan a un lado todo trabajo y descansan, se deleitan en los regalos que les ha hecho Dios y disfrutan la vida con él. Tal vez consideren que la observancia del Sabbat es irrelevante, optativa, o incluso una gravosa carga legalista que pertenece a un pasado muy antiguo. O quizá no hagan distinción alguna entre la práctica del Sabbat y los días libres, y usen el tiempo «sabático» para esos trabajos de la vida que nadie les recompensa, como pagar las facturas, ir de compras a la tienda de víveres y hacer otros recados. Si es que llegan a practicar el Sabbat, lo hacen de una manera poco constante, creyendo que primero necesitan terminar todo su trabajo, o trabajar lo suficiente para «ganarse» el derecho a descansar. Observa esta dinámica en la historia de John.
John tiene cincuenta y seis años, es líder de una denominación y tiene la responsabilidad de supervisar más de sesenta iglesias. No ha tenido vacaciones de verdad, de esas en las que uno no revisa los mensajes electrónicos ni escribe nada, durante varios años; mucho menos podemos hablar de la práctica de un Sabbat semanal. Un sábado por la mañana está tomando café con Craig, un pastor amigo de muchos años, antes de dirigirse a la oficina para ponerse al día con los mensajes electrónicos y escribir un reporte mensual que debía haber escrito la semana anterior.
—John, te veo agotado —le dice Craig—. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste un día libre y descansaste de verdad?
—Ya descansaremos cuando lleguemos al cielo. Al menos, eso es lo que un profesor mío del seminario solía decir hace treinta años. Dios siempre está trabajando y se supone que nosotros nos unamos a él en ese trabajo, ¿no es cierto? Pero se ve a las claras que John está cansado casi al punto del agotamiento.
—Yo sé que te encanta trabajar —le contesta Craig—, pero ¿qué te da más gozo y deleite en estos momentos? Después de un instante de silencio con la cabeza inclinada, John dice en voz baja:—Hace tanto tiempo desde que he podido pensar incluso en una pregunta como esa, que no sé qué decirte. Después de otro largo momento de silencio, añade: —Pero ¿qué se supone que haga yo? Todos los pastores y los líderes de la denominación que conozco trabajan así. —¿De veras? —le responde Craig con una gentil sonrisa—. ¿Es esa tu excusa? —De acuerdo —le responde John—. Tienes razón. Voy a volver a intentar tomarme libres los lunes.
Una hora más tarde, ya en la oficina, John le echa una mirada a su calendario y se da cuenta de que está lleno de citas y de fechas límite para distintos escritos en los próximos cinco de seis lunes. ¿A quién estoy engañando?, piensa. Sencillamente, tomarme un día libre cada semana no es práctico para mí en estos momentos. Tendré que aprovechar algún momento de descanso cada vez que mi agenda me lo permita. Pero lo más probable es que la agenda de John nunca se lo permita. Y ese ocasional día libre no va a ser suficiente para que desarrolle el ritmo de trabajo y descanso que necesita a fin de ser un líder sano y eficaz para su equipo y para las iglesias que supervisa.
Al principio de este capítulo, te pregunté qué o quién te venía a la mente cuando pensabas en un líder emocionalmente enfermo. Ahora, ¿cómo se alinean las cuatro características que acabamos de analizar con las ideas que tuviste al principio? ¿Te reconociste a ti mismo en alguna de las descripciones? Tal vez estés pensando: Sí, me relaciono con la mayor parte de esas características. O podría ser que todavía estuvieras algo escéptico y pensaras: Sencillamente, esa es la naturaleza del liderazgo. Yo conozco gente que está mucho más enferma que las personas que acabas de describir, pero que aun así, son líderes eficaces. Aunque es cierto que ninguna de estas características parece ser especialmente dramática, con el tiempo estos líderes y los ministerios en los que sirven terminan pagando un algo precio, si se siguen descuidando esas formas de conducta enfermizas.
Si podemos estar de acuerdo en que los líderes enfermos son una amenaza para la salud y la eficacia de una iglesia, la pregunta que nos tenemos que hacer a nosotros mismos es esta: ¿Por qué insistimos en seguir con estos patrones enfermizos de conducta? Cualquiera pensaría que la iglesia y sus líderes estarían totalmente a favor de un liderazgo sano y de todo lo que haga falta para lograrlo. Sin embargo, lo cierto es que hay partes de la cultura de los líderes eclesiásticos que en realidad trabajan fuerte en contra de esto. Si te decides a actuar de manera deliberada en cuanto a crear un liderazgo emocionalmente sano, te vas a tener que enfrentar a algún «fuego amigo». Vas a tener que batallar con los que yo llamo los cuatro mandamientos enfermizos del liderazgo en las iglesias.
Me tomo el tiempo suficiente para experimentar y procesar emociones difíciles como la ira, el temor y la tristeza. Puedo identificar la forma en que los problemas procedentes de mi familia de origen causan un impacto en mis relaciones y mi liderazgo, tanto en sentido negativo como positivo.
(Si estás casado): Mi manera de usar mi tiempo y mis energías refleja el valor de que mi principal prioridad es mi matrimonio; no mi liderazgo.
(Si eres soltero): Mi manera de usar mi tiempo y mis energías refleja el valor de que mi principal prioridad es vivir una soltería sana; no mi liderazgo.
(Si estás casado): Experimento una conexión directa entre mi unión con Jesús y mi unión con mi cónyuge.
(Si eres soltero): Experimento una conexión directa entre mi unión con Jesús y mi proximidad con mis amigos y mi familia.
¿Por muy ocupado que esté, practico con continuidad las disciplinas espirituales de la soledad y el silencio?
¿Tengo la costumbre de leer las Escrituras y orar con el fin de disfrutar de comunión con Dios, no solo en el servicio de guiar a los demás?
¿Practico el Sabbat, un período semanal de veinticuatro horas en el cual dejo de trabajar, descanso y me deleito en los numerosos dones de Dios?
¿Considero el Sabbat como una disciplina espiritual que es esencial, tanto para mi vida espiritual como para mi liderazgo?
¿Dedico tiempo a practicar el discernimiento en oración cuando hago planes o tomo decisiones?
¿Mido el éxito de la planificación y la toma de decisiones en función del discernimiento y del cumplimiento de la voluntad de Dios (en lugar de hacerlo de manera exclusiva a partir de medidas como el crecimiento de la asistencia, la calidad de la programación o la expansión de nuestro impacto en el mundo)?
¿Con los que trabajan directamente conmigo, dedico siempre una parte de mi tiempo de supervisión para ayudarlos en su vida interior con Dios?
¿No evado las conversaciones difíciles con los miembros del equipo acerca de su rendimiento o su conducta?
¿Me siento bien cuando hablo acerca del uso del poder en conexión con mi papel y el de los demás?
¿He establecido con claridad unos límites sanos en las relaciones en que algunas funciones coinciden (por ejemplo, con amigos y parientes que también sean empleados o voluntarios en puestos clave, etc.)?
¿En lugar de evadir los finales y las pérdidas, los acepto y los veo como una parte fundamental de la forma en que Dios obra?
¿Me siento capaz de orar y pensar en las iniciativas, los voluntarios o los programas para dejarlos ir cuando no están funcionando bien, y lo hago de una manera clara y compasiva?
Dedica un momento a revisar brevemente tus respuestas. Para ti,
¿qué es lo que más se destaca? Aunque no hay una puntuación definitiva para la valoración, al final del capítulo (página 49) hay algunas observaciones generales que te podrían ayudar a comprender mejor el punto en que te encuentras.
Dondequiera que te encuentres, lo bueno es que puedes progresar y aprender para convertirte en un líder cada vez más sano. De hecho, Dios ha programado de manera específica nuestro cuerpo y nuestra neuroquímica para la transformación y el cambio… ¡incluso cuando tengamos más de noventa años! Así que, aun cuando la verdad acerca de tu situación presente en tu liderazgo dé que pensar, no te desanimes. Si alguien como yo puede aprender y crecer a través de todos los fallos y los errores que he cometido, ¡a cualquiera le es posible hacer progresos para convertirse en un líder emocionalmente sano!
Cuatro mandamientos enfermizos (y tácitos) de los líderes eclesiales
Todas las familias tienen «mandamientos» —esas reglas de las que nadie habla—, acerca de lo que está bien y lo que está mal decir y hacer. Durante nuestro crecimiento, absorbemos y seguimos con naturalidad esas reglas que gobiernan el modo en que viven nuestras familias. Si en la nuestra había calidez, seguridad y respeto, absorbemos eso como el aire que respiramos. Esas reglas les dan forma a lo que entendemos de nosotros mismos y a la manera en que interactuamos con el mundo. En cambio, si lo normal era la frialdad, la vergüenza, las humillaciones y el perfeccionismo, absorbemos eso por la vía natural, lo que también le da forma al modo de considerarnos a nosotros mismos y de enfrentarnos al mundo.
De igual manera, hemos nacido dentro de una familia de la iglesia que tiene sus propios mandamientos enfermizos y mayormente silenciosos. Si nos queremos convertir en líderes emocionalmente saludables, tarde o temprano vamos a tener que resistirnos a la presión de uno o más de esos mandamientos.
Mandamiento enfermizo 1: No es éxito si no soy mayor y mejor.
A la mayoría de nosotros se nos ha enseñado a medir el éxito a partir de unos indicadores externos. Dentro del contexto de la iglesia, lo típico es que midamos cosas como la asistencia, los bautismos, la cantidad de miembros, los que son servidores, el número de grupos pequeños y las cantidades de las ofrendas. Y digámoslo con claridad: los números no son totalmente malos. En realidad, la cuantificación del impacto de un ministerio con números es bíblica. Jesús nos ordena que hagamos discípulos de todas las naciones. Más de una vez, el libro de los Hechos usa los números para describir el impacto causado por el evangelio: alrededor de tres mil bautizados (Hechos 2.41), alrededor de cinco mil creyentes (Hechos 4.4), multitudes de hombres y mujeres que aceptaban la fe (Hechos 5.14). Tenemos en la Biblia todo un libro que se llama «Números». Como es natural, tanto yo como virtualmente cualquier otro pastor que conozco, queremos ver que nuestra iglesia crece en número y aumenta en la cantidad de personas para Cristo.
Pero también estemos claros en esto: hay una manera incorrecta de manejar los números. Cuando usamos números para compararnos con los demás o para hacer alarde de nuestro tamaño, cruzamos la línea. Cuando el rey David le encomendó a Joab que realizara un censo de todos los guerreros, las consecuencias fueron desastrosas para su liderazgo. Movido por el orgullo, David no puso su confianza en Dios, sino en el tamaño del ejército de Israel. Su enfoque en los números era idolátrico, y el Señor hizo caer una grave plaga de juicio en todo Israel a causa de ese pecado (1 Crónicas 21; 2 Samuel 24). Setenta mil personas murieron.
El crecimiento numérico es lo que el mundo hace equivalente al poder y la importancia. Es un valor absoluto: más grande siempre es mejor. Si diriges una compañía u organización que sea grande, la gente te va a estimar más que al dueño de un negocio que está en sus comienzos y en el cual solo trabaja él mismo. Si eres millonario, comparado con una persona que vive de la beneficencia pública, puedes esperar de la gente que te trate con gran respeto. Si trabajas en una iglesia, el tamaño de tu equipo o de tu ministerio afecta a la forma en que te considera la gente. Cuando de la iglesia y los números se trata, el problema no es que contemos, sino que hemos aceptado tan plenamente el dictamen del mundo —según el cual lo más grande es lo mejor—, que los números son la única cosa que contamos. Cuando algo no es ni más grande ni mejor, lo consideramos, y con ello nos consideramos a nosotros mismos, como un fracaso. Lo que nos falta en todo este conteo es el valor que las Escrituras les dan a los indicadores internos. Lo que constituye un fracaso en los ojos del mundo no siempre es un fracaso en el reino de Dios.
Por ejemplo, el arrollador éxito de Jesús cuando enseñó y alimentó a los cinco mil a principios de Juan 6, es seguido unos cuantos párrafos más abajo por un fallo numérico correspondiente: «Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él» (Juan 6.66). Jesús no se retorció las manos poniendo en tela de juicio su estrategia como predicador; se mantuvo satisfecho, sabiendo que estaba dentro de la voluntad del Padre. Tenía una perspectiva más amplia en cuanto a lo que Dios estaba haciendo. No siempre el éxito es más grande y mejor.
Lo que nos enseña Jesús es que debemos permanecer en él y dar fruto abundante (vea Juan 15.1–8). No nos dice que escojamos uno de los dos; un crecimiento abundante o permanecer en Jesús. El aspecto que tomarán ese permanecer y ese abundar va a ser diferente, de acuerdo al llamado exclusivo de cada uno de nosotros al liderazgo. Los monjes de clausura que se pasan la mayor parte de su tiempo en oración y ofreciendo dirección espiritual dan un fruto de una calidad y una cantidad diferentes al que yo pueda dar, como pastor de una iglesia en la ciudad de Nueva York.
Tal vez el mejor texto bíblico relacionado con este tema es uno que se encuentra en Lucas 10. Jesús envía a setenta y dos discípulos de dos en dos. Cuando ellos regresan, están emocionados y le informan sobre su impacto numérico, además de decirle que los demonios se les sometían en el nombre de él. Jesús apoya su actividad en la edificación del reino, pero también les recuerda algo más importante: «No se alegren de que puedan someter a los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo» (Lucas 10.20). En otras palabras, quiere que recuerden que su gozo procede de la relación que tienen con él, no de los logros que han tenido para él.
Si ese es el caso, ¿cómo nos resistimos al impulso de obedecer este mandamiento que indica que lo más grande es lo mejor? Yo creo que la única forma es tomar un ritmo más lento en nuestra vida para crear una relación de unión amorosa y profunda con Jesús (hablaré más de esto en el capítulo 4), y tener unos cuantos compañeros de nuestra confianza que nos protejan para que no nos engañemos a nosotros mismos. Cuando descubro que estoy pensando en función de «lo más grande y mejor», muchas veces me hago esta pregunta: «¿Estoy forjando esta visión de crecimiento basado en mis propias ambiciones o porque así salió de la boca del Señor?» (lee Jeremías 23.16– 20).
Mandamiento enfermizo 2: Lo que haces es más importante que lo que eres.
Lo que hacemos es importante… hasta cierto punto. Tanto si eres miembro de la junta, pastor, líder de un ministerio o de un grupo pequeño, ujier, voluntario en el ministerio de los niños, o líder en el mundo de los negocios, tu competencia y tu conjunto de habilidades destinadas a realizar esa tarea tienen una importancia vital. Y es de esperar que quieras desarrollar esas habilidades para aumentar tu efectividad.
Pero lo que eres es más importante que lo que haces. ¿Por qué? Porque el amor de Jesús en ti es el don más grande que tienes para dárselo a los demás. Lo que eres como persona, y concretamente, lo bien que ames, siempre tendrá un impacto más grande y más duradero en aquellos que te rodean, que aquello que haces. Al final tu estar con Dios (o estar lejos de Dios) va a triunfar todas las veces sobre lo que tú haces para Dios.
No podemos dar lo que no poseemos. No podemos hacer otra cosa que dar lo que sí poseemos.
Podremos presentar mensajes inspiradores acerca de la importancia de la transformación espiritual y del disfrute de nuestro caminar con Cristo. Podremos citar autores famosos. Podremos predicar verdades valiosas tomadas de las Escrituras y escribir blogs y tweets ingeniosos. Pero si no hemos vivido las verdades que enseñamos, de manera que hayamos sido transformados personalmente por ellas, la transformación espiritual de aquellos a quienes servimos se va a quedar atrofiada. No estoy diciendo que no vaya a pasar nada. Solo que no va a pasar gran cosa. No mucha. Créemelo; lo sé muy bien.
Yo me pasé los primeros años de mi carrera pastoral presentando sermones que yo mismo no tenía tiempo para vivirlos paciente y detenidamente. Pensaba: ¿Cómo es posible que un líder pueda recibir las verdades que enseña cada semana y, aun así, mantenerse al corriente con todas las exigencias de su liderazgo? No trabajaba lo suficiente en mi vida interior, ni reflexionaba sobre la forma en que mi familia de origen estaba causando un impacto en lo que yo era como líder. No estaba dispuesto a sentarme con un mentor o consejero maduro para observar los problemas que tenía por debajo de la superficie. Estaba demasiado ocupado en levantar la iglesia y hacer que pasara algo. Me imaginaba que mientras estuviera usando mis dones para Dios y fuera evidente el fruto de mi liderazgo, todo iría bien… aunque mi vida interior estuviera llena de caos y de ansiedad.
Estaba equivocado. Inevitablemente, mi vida interior se reproducía en mi ministerio exterior. ¿Cómo no habría de ser así? En especial cuando no podía ver que lo que yo era en mi interior con Dios era más importante que aquello que hacía para Dios.
La identidad de Jesús estaba firmemente enraizada en el hecho de ser el amado del Padre, incluso antes que comenzara siquiera a hacer algo en su ministerio público. En los treinta primeros años de su vida, Jesús no hizo nada extraordinario. Y sin embargo, antes que comenzara su ministerio público, el Padre le dijo: «Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo» (Lucas 3.22).
Las tres tentaciones que el diablo le puso delante a Jesús después de sus cuarenta días en el desierto, se centraban específicamente en esta cuestión de hacer o ser (Mateo 4.1–11). Dos de las tres tentaciones comienzan con estas palabras: «Si eres el Hijo de Dios… [haz algo]». La tercera trata de sobornar a Jesús para que «se postrara y lo adorara [a Satanás]». El maligno estaba decidido a lograr que el hacer de Jesús fuera el fundamento de su vida y de su ministerio; no el estar con Dios. Y yo creo que esa es una de las primeras tentaciones que el maligno nos pone delante a todos los líderes. Cuando nosotros sucumbimos ante ella, nos lanzamos de frente a trabajar en iniciativas a las cuales Dios nunca nos ha pedido que nos dediquemos y poco a poco, nos vamos desconectando del amor del Padre.
¿Qué podemos hacer para resistirnos al influjo de este mandamiento? Repite conmigo: lo que yo hago importa. Pero lo que yo soy importa mucho más. Recuerda que la prioridad de Jesús era estar con el Padre. Estate alerta ante las señales internas de que te estás yendo más allá de tus límites; haciendo para Dios más de lo que tu relación constante con él puede sostener (por ejemplo, falta de paz, irritabilidad, prisas). Haz que tu principal prioridad y meta sea buscar su rostro y hacer su voluntad día tras día.
Mandamiento enfermizo 3: Con una espiritualidad superficial ya es bastante.
Durante años, supuse. Suponía que todo el que asistiera a la iglesia y escuchara las enseñanzas de la Biblia, tanto en nuestra iglesia como en otras, pasaría por una transformación. Suponía que los líderes de adoración bien dotados eran tan apasionados por Cristo en privado como lo eran por él en la adoración pública. Suponía que los pastores, el personal administrativo, los misioneros, los miembros de la junta y los obreros paraeclesiásticos se dedicaban continuamente a la alimentación de una relación personal profunda con Jesús. Supuse mal. Ahora no supongo nada. En lugar de suponer, pregunto.
Les pido a los líderes que me hablen acerca de la forma en que están cultivando su relación con Dios. Les pregunto cosas como esta: «Descríbeme tus ritmos, la forma en que estudias las Escrituras para ti mismo, no para preparar clases y mensajes, cuándo y cuánto tiempo estás a solas con Dios». Les pregunto cómo estructuran su tiempo con Dios y qué hacen. Mientras más les he hecho estas preguntas a pastores y líderes cristianos del mundo entero, más alarmado me he ido sintiendo. La mayoría de esos líderes no tienen buenas respuestas.
El problema está en que en la mayoría de las situaciones, mientras los líderes estén haciendo su trabajo, voluntario o pagado, todo el mundo está contento. Si su ministerio está creciendo, nos sentimos entusiasmados.
¿Quiénes somos nosotros para juzgar si la relación de alguien con Cristo es superficial o deficiente? Estoy de acuerdo en que no queramos juzgar, pero queremos usar nuestro discernimiento. Solo porque tengamos los dones y las habilidades necesarios para reunir un buen número de personas y crear una gran cantidad de actividades, eso no quiere decir que estemos levantando una iglesia o un ministerio que conecte íntimamente a las personas con Jesús.
Me encanta la indicación que le hizo el Señor a Samuel: «Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (busca 1 Samuel 16.7). En otras palabras: no nos debemos limitar al exterior; lo que nos debe preocupar es el corazón y, en primer lugar, nuestro propio corazón.
Reflexiona en este ejemplo tomado de la historia. En el siglo séptimo, la iglesia de Arabia y del norte de África daba la impresión de ser próspera. Tenía una rica historia que se remontaba hasta el siglo primero. Estaban altamente desarrollados en lo teológico; alardeaban de contar entre ellos a líderes y obispos famosos, y ejercían una considerable influencia en la cultura. A pesar de eso, el islam avanzó por encima de esas iglesias cristianas en un tiempo muy breve. La mayoría de los historiadores de la Iglesia están de acuerdo en señalar que la Iglesia en general estaba plagada de una espiritualidad superficial que no fue capaz de soportar el intenso asalto de esa nueva religión. Las iglesias locales estaban divididas entre sí a causa de unos puntos doctrinales de poca importancia, y se negaban a reconocer la presencia de Jesús en aquellos cuyas opiniones eran diferentes a las suyas. Peor aún; no habían traducido las Escrituras al árabe, el idioma del pueblo. Como consecuencia, aunque la asistencia a las iglesias era fuerte y las ofrendas se mantenían estables, las personas no tenían su fundamento en Jesús. Su falta de unos cimientos espiritualmente sólidos como iglesias los llevó a un rápido desplome bajo el peso y la presión de un islam intolerante y en pleno avance.
¿Cómo podemos vencer el atractivo de este mortal mandamiento? Tomando un ritmo más lento. Dedicándonos a leer escritos procedentes de la tradición contemplativa y de los líderes de toda la historia de la Iglesia. Y convirtiéndonos en aprendices de la gran Iglesia mundial, donde hay creyentes que, aunque diferentes a nosotros en ciertos sentidos, tienen mucho que enseñarnos acerca de cosas como la soledad, el silencio y la quietud con Dios mientras nos esforzamos por llevarle las buenas nuevas de Jesús al mundo que nos rodea.
Mandamiento enfermizo 4: No toques nada mientras se siga haciendo el trabajo.
A fines del siglo sexto A.C., el profeta Jeremías condenó a los líderes del pueblo de Dios por estar tolerando una paz y una seguridad que eran falsas. El profeta se lamentaba diciendo: «Curan por encima la herida de mi pueblo, y les desean: “¡Paz, paz!”, cuando en realidad no hay paz» (Jeremías 6.14). Me imagino que esos líderes de la antigüedad se parecían mucho a nosotros. Evadían, e incluso negaban, la existencia de problemas y conflictos, porque no se querían poner a cambiar las cosas.
Miles de años más tarde, no es mucho lo que ha cambiado en este sentido. Una parte demasiado grande de la cultura que tiene la Iglesia contemporánea se caracteriza por su falsa amabilidad y por su superficialidad. Consideramos los conflictos como señales de que algo anda mal, así que hacemos cuanto esté de nuestra parte para evitarlos. Preferimos cerrar los ojos ante las cuestiones difíciles y conformarnos con una paz falsa, en la esperanza de que nuestras dificultades desaparezcan solas de alguna manera. Y no desaparecen.
Durante años, me mantuve ciego ante los problemas que surgían en el personal, y que me tocaba a mí enfrentar de una manera rápida y directa; todo, desde el descuido en la preparación de las cosas, hasta la falta de accesibilidad, la costumbre de criticar, la inexistencia de tiempo pasado con Dios y los matrimonios que no marchaban bien, solo por mencionar unas pocas de esas cosas. Mi razonamiento era que mi primera preocupación debía ser mantener la iglesia en movimiento; abrirme paso como pudiera a través de las enlodadas aguas de los conflictos y sostener conversaciones difíciles me parecía que eran como llegar dando tumbos a un estancamiento abrupto y mal recibido. Pero como todos aprendemos tarde o temprano, descubrí que no podía edificar el reino de Dios con mentiras y fingimientos. Descubrí que las cosas que pasaba por alto terminaban explotando más tarde bajo la forma de problemas más grandes. Tenemos que hacer las preguntas difíciles y dolorosas que preferiríamos ignorar; de lo contrario, la iglesia va a pagar un precio mucho mayor más tarde.
El apóstol Pedro no sentía escrúpulo alguno en cuanto a tocar cuanto hiciera falta, aun en medio de una reunión de avivamiento. Se le enfrentó a Ananías, y después a Safira, la esposa de este, cuando ellos fingieron ser algo que no eran (Hechos 5.1–11). Cuando Bernabé vendió un campo y le donó a la iglesia todo lo que obtuvo, Ananías y Safira hicieron lo mismo… pero con una diferencia. Fingieron que estaban donando todo lo que habían obtenido de la venta, pero se reservaron en secreto parte del dinero para ellos mismos. Cuando Pedro se les enfrentó, llegaron incluso a mentir en cuanto a lo que habían hecho. Estaban fingiendo en el exterior ser algo que no eran en el interior y pagaron aquella mentira con la vida. Allí mismo, en la iglesia, ambos murieron de forma instantánea. Es una historia atroz, pero una lección muy efectiva para los líderes en cuanto a la necesidad de enfrentarnos, en lugar de evitar los conflictos y las conversaciones difíciles.
Muchas veces me he preguntado qué le habría pasado a aquella iglesia de cinco mil miembros si Pedro hubiera permitido que esa clase de mentira quedara sin descubrir, para no agitar las cosas. ¿Podría haber sucedido que ese fingimiento y ese engaño se hubieran propagado entre las familias, las reuniones de los líderes, los cultos de adoración y el acercamiento a la comunidad? ¿Habría tenido la iglesia la fortaleza de carácter y la madurez necesarias para continuar siguiendo la voluntad de Dios, tal como lo describe el libro de los Hechos? ¿Se habría apagado el poder del Espíritu Santo y estancado el avance de la Iglesia? Por fortuna, no tenemos que entrar en especulaciones. El hecho de que Pedro se negara a tolerar una paz falsa estableció un sólido fundamento para la integridad y el futuro de la Iglesia.
¿Ahora ves por qué es tan importante que conozcamos estos mandamientos y nos resistamos a ellos?
Si nos permitimos a nosotros mismos y a nuestro liderazgo el que sean esos defectuosos mandamientos no expresados los que nos den forma, aunque sea en las cosas pequeñas, estaremos aumentando las probabilidades de que se produzcan unas consecuencias devastadoras a largo plazo. Será muy posible que nos hagamos daño a nosotros mismos, tanto física, como espiritual y emocionalmente, y al nivel de nuestras relaciones. Muy bien les podríamos estar haciendo daño a nuestra familia y nuestros amigos, porque ellos estarían recibiendo solo las sobras de nuestra atención y energía. Y les haremos daño a las personas a las que servimos, al no poderlas llevar a un nivel de madurez espiritual y emocional que les permita ofrecerle su vida al mundo. Yo podría haber evitado muchos sufrimientos innecesarios y numerosos años desperdiciados, si hubiera estado consciente de estos mandamientos y me hubiera resistido a seguirlos en los primeros años de mi ministerio.
Hace falta tiempo para aprender a ser un líder emocionalmente sano.
«Y entonces, ¿dónde ir después de ver esto?», te podrías estar preguntando. Un líder que pueda levantar un ministerio para Cristo emocionalmente sano en el mundo. Esa tarea no tiene nada de pequeña. De hecho, si te decides a lanzarte por este sendero, lo más probable es que pases por momentos de confusión, de temor y de angustia. Es un estado que conozco muy bien. Y también te puedo decir que sus temores podrían adoptar la forma de susurros procedentes de esa voz acusadora y auto-protectora que llevas dentro:
No sabes lo que estás haciendo. ¿Te das cuenta de lo que podría suceder si tomas este camino? Muy bien, claro, puedes tratar de ser emocionalmente sano, pero nadie te va a respetar, y la iglesia se va a ir reduciendo a la nada.¿Por qué tienes que tratar de llevar adelante tu liderazgo de esta manera? ¡Otros líderes no lo están haciendo y, al parecer, todo les va muy bien! Acéptalo: esto no va a funcionar para ti. No tienes tiempo para esto ahora mismo. Inténtalo más tarde, cuando las cosas se tranquilicen.
Conozco esa voz muy bien. Así que confía en mí cuando te digo que no la oigas. Necesitas saber que Dios te invita a ir dando los pasos de uno en uno y a ir viviendo de día en día. Él también comprende que el crecimiento y el cambio requieren tiempo. Yo he visto por experiencia que algunas veces, hasta unos cambios relativamente sencillos se toman años antes de poderlos convertir por completo en realidad (busca «El proceso de cinco etapas en nuestra forma de aprender y de cambiar», páginas 47–48). Dios ve el contexto y los retos de tu liderazgo en el presente, y sabe lo que necesitas; no solo para enfrentarte a esos retos, sino además para crecer y convertirte en un líder más fuerte gracias a ellos. Aunque a veces el camino te pueda parecer solitario, también eso puede formar parte del proceso usado por Dios para enseñarte a esperar en él y confiar en él. Te puedes sentir seguro de que Dios te va a enviar gente y recursos clave en el momento preciso en que te sean necesarios para que des el próximo paso. Él siempre lo ha hecho conmigo. Y asegúrate de invitar a otros a orar contigo y a apoyarte a lo largo del camino.
Lo más importante de todo es que recuerdes que el Espíritu Santo, que vive dentro de ti, te va a guiar a toda verdad y te va a dar un poder sobrenatural que te vendrá desde fuera. A lo largo de los años, ha habido numerosas veces en que yo me he sentido abrumado por mi falta de madurez, de sabiduría o de carácter para superar los retos a los que me estaba enfrentando en mi liderazgo. Precisamente en esos tiempos era cuando Dios me recordaba: No tengas miedo […] —Para los hombres es imposible — aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, pero no para Dios; de hecho, para Dios todo es posible (Josué 1.9; Marcos 10.27).
Una vez dicho todo esto, comencemos.
El proceso de cinco etapas en nuestra forma de aprender y de cambiar
Benjamín Bloom, un gran psicólogo de la educación, desarrolló junto con un equipo de gente pensante una brillante taxonomía que describe las formas en que aprenden los seres humanos en los diferentes campos. Esta taxonomía ha sido adaptada y revisada muchas veces durante los últimos sesenta años, y sigue siendo un estándar en muchos sistemas educativos del mundo entero.3 Bloom distingue cinco niveles de conocimiento o de «captación» de un valor. Tendemos a pensar de una de estas dos formas: o sé algo o no lo sé.Por ejemplo, o valoro la atención a los pobres, o no valoro la atención a los pobres. Lo que no siempre comprendemos es que nos lleva largo tiempo, y numerosos pasos pequeños de incremento, el proceso que nos lleva a «captar» un nuevo valor. De hecho, nos exige que nos vayamos moviendo a lo largo de cinco niveles diferentes.4
Permíteme ponerte de ejemplo sobre esto mi propio recorrido hasta llegar a valorar el hecho de hacer más lento mi ritmo de vida a fin de pasar más tiempo con Jesús.
Adquirir conciencia: «Es interesante la idea de hacer más lento mi ritmo de vida». La primera vez que pensé seriamente en eso fue en 1994, cuando estaba sufriendo, tanto en mi vida personal como en mi liderazgo.
Reflexionar: «Ayúdenme a entender mejor esto de hacer más lento mi ritmo de vida». Cuando comencé mi camino hacia la salud emocional en 1996, leí libros, escuché mensajes sobre hacer más lento el ritmo de vida y prediqué sobre este tema en mis sermones.
3. Valorar: «De verdad creo que es importante que todo el mundo adopte un ritmo de vida más lento». Hice una pequeña incursión en varias formas nuevas de conducta, como el Sabbat, la soledad y los retiros con Dios de un día, pero mis acciones y mi manera de conducirme no sufrieron ningún cambio fundamental. Durante años.
Reorganizar prioridades: «Estoy reorganizando toda mi vida para adoptar un ritmo más lento a fin de poder estar con Jesús». Cuando me tomé mi segundo descanso sabático, en 2003–2004, reorganicé mis prioridades en cuanto a mi tiempo, energía y agenda, con el fin de integrar en mi vida este nuevo valor en un período de cuatro meses. Esto me ayudó para echar a andar una nueva manera de ser líder y de vivir de acuerdo con este valor. Eso transformó mi vida.
- Apropiárselo: «Todas mis decisiones y mis acciones se basan en este nuevo valor». Pasar de la reorganización de mis prioridades a apropiarme ese nuevo valor me llevó entre seis y ocho años más. Tuve que trabajar mucho para integrar el nuevo valor con las exigencias y los retos que significaba pastorear. Aunque a veces todavía fallo, en estos momentos llevar un ritmo más lento para estar con Jesús es algo que le da forma a todo lo que hago. Todo mi cuerpo lo siente cuando yo mismo, u otras personas de las que me rodean, violamos ese valor.
Como notarás, la gráfica destaca la gran brecha que existe entre el nivel tercero y el cuarto, el de valorar y el de reorganizar las prioridades. ¿Por qué? Porque ese es el punto que exige un cambio radical, que muchas veces se hace difícil. A muchos líderes les encantan las ideas y los principios relacionados con una espiritualidad emocionalmente saludable. No obstante, pasar de la etapa de valorar a la de reorganizar prioridades constituye un reto formidable. Y yo comprendo por qué.
Así que permíteme darte ánimo. Los cambios que buscas no se van a producir de un día para otro, pero se van a producir. Tómate el tiempo que sea necesario. Lee con lentitud. Confíate al cuidado de Dios y pídele que te guíe hacia el próximo paso dentro de tu proceso. Son miles los líderes del mundo entero que te acompañan en el camino y que ya han comenzado a experimentar una poderosa transformación, tanto en su vida personal como en su liderazgo.
No lo abandones, pero da los pasos uno a uno. Ni tú, ni aquellos a quienes guías, volverán a ser jamás los mismos de antes.
Para comprender tu evaluación sobre el liderazgo sano
Si hiciste la evaluación del liderazgo que se encuentra en las páginas 34–35, aquí tienes algunas observaciones que te van a ayudar a comprender mejor el estado de tu liderazgo actualmente.
Si tu puntuación fue mayormente de uno y dos puntos, tu liderazgo se halla más enfermo que sano y, emocionalmente, es muy probable que estés funcionando al nivel de un niño o de un bebé. Si eso te suena fuerte, al menos te puedes consolar con el hecho de saber que estás muy lejos de estar solo. En ese punto fue en el que me encontré yo después de diecisiete años de seguir a Cristo, con un título de seminario y ocho años de experiencia pastoral. Y la mayoría de los pastores de los cuales soy mentor se encuentran en un punto similar. El crecimiento hasta la vida adulta, tanto espiritual como emocional, se lleva años, incluso décadas; no días, ni tampoco meses. Así que respira hondo. Relájate. No eres el único.
Si tu puntuación fue mayormente de dos y tres puntos, ya has echado a andar, pero es probable que estés funcionando emocionalmente al nivel de un adolescente. Tu vida cristiana podría estar centrada mayormente en lo que haces, no en lo que eres, y estás sintiendo en el alma los efectos de esa situación. Todavía tienes que aplicar a la forma en que diriges tu equipo ciertos valores personales, como el de adoptar un ritmo más lento para estar con Jesús, o el de darle prioridad a tu matrimonio o a tu soltería. Tienes conciencia de tus puntos fuertes, tus debilidades y tus límites, pero es probable que necesites trabajar más en este aspecto. Piensa en que Dios te podría estar invitando a una vida interior más sólida y a unas prácticas espirituales más profundas, para que puedas llevar a tu equipo y tu ministerio a otro nivel. A medida que sigas leyendo, debes esperar encontrarte retos a tu persona y a tu liderazgo en numerosos aspectos cruciales.
Si tu puntuación fue mayormente de cuatro y cinco puntos, tu liderazgo está más sano que enfermo y es probable que, emocionalmente, estés funcionando al nivel de un adulto. Tienes un sentido sano de tus puntos fuertes, tus límites y tus debilidades como líder. Puedes afirmar tus creencias y tus valores sin causar un enfrentamiento. Proteges tus relaciones con tu cónyuge (a menos que seas soltero), tus amigos y tu familia, y les das prioridad. Tienes un buen sentido de tu identidad como líder y de la manera de relacionarte con los que te rodean. Y vas bien adelantado en tu camino para integrar tu hacer para Dios con la sólida base del estar con él. Espera mayor claridad y profundidad de ideas, tanto en ti mismo como en aquellos a los que diriges, a medida que vayas aplicando estos principios a tu vida y a tu liderazgo.
Si te gusto este libro lo puedes descargar completo.
Damos todos los créditos al escritor agradecemos por este material tan valioso.